BENITA NO QUIERE COMER
El mediodía del mes de abril de 1995, sonó el
teléfono encontrándome al otro lado de la línea una voz afligida: “¡Buena
tarde, soy la vecina de Benita Galeana! ¡Le habló para pedirle que venga,
porque ella no quiere comer! La guerrerense convalecía en su casa, luego de
haber sido dada de alta al ser víctima de una crisis cardiaca. ¡Voy para allá! Proferí.
Me bajé en el metro Nativitas, para dirigirme a la
colonia Periodista, donde se encuentra el número 11 de la calle Zutano y la
casa blanca de Benita. Toqué el timbre. La vecina me abrió. Mientras llegábamos
a donde se encontraba la de las trenzas, me puso al tanto de la
situación. La comunista estaba recostada en la cama de sábanas amarillo crema. Su
cabello perlado contrastaba con su rostro palidecido. Vestía bata blanca de
cuello ovalado. Cuando entré reprochando su inapetencia, se incorporó de la cama
solicitando a la vecina la sopa que preparara para ella. Una vez que terminó de
comer, su vecina retiró el plato, dio media vuelta y desapareció de la recámara.
Ya solos, pregunté a Benita de los poemas de su
autoría que prometió mostrarme. Levantándose se dirigió al tocador y abriendo
uno de sus cajones hurgó en éste. Después de unos minutos de búsqueda, aseveró:
“Aquí los dejé, pero ya no los encuentro. Se me han estado perdiendo las cosas
y no sé quien las toma”. Le dije que no se preocupara, pues ya habría tiempo
para que me los enseñara. No sé por qué vino a colación el segundo libro
autobiográfico, que me contó escribía. Me confesó haberlo dado a revisar a unos
intelectuales, que lo habían echado a perder. En ese momento, Benita se paró a
contraluz y su figura fue enmarcada por un resplandor, que me hizo imaginarla
como un ser divino, que me invitaba a ir al pequeño museo donde se aposentaban
sus recuerdos, y los de su amado esposo Mario Gil.
Dejamos la recámara, y al cruzar el patio para
llegar al museo, Benita se detuvo para admirar el jardincito que brillaba a sus
pies. Se acuclillo para mirarlo de cerca, luego con voz tierna se dirigió a los
pensamientos que se movían como niños ansiosos de ser acariciados: “Pero mira
nada más que bonitos están creciendo mis niñitos. Que reharta alegría me están
dando”. En verdad Benita estaba extasiada con sus niñitos coloridos. Me le
quedé viendo arrobado al percibir el despliegue de ternura conque los trataba,
haciéndome recordar el día en que fui invitado a su fiesta de cumpleaños, para
cantarle el corrido que había escrito para ella. Se veía igual de radiante,
ataviada con un huipil rojo y sus inolvidables e inseparables aretes de plata
con el relieve de Lenin. Su pelo estaba recogido al estilo Frida Kahlo.
En la mesa estaban, además de Benita, doña Carmelita
Martínez y su hija Lidia, y una representante del Sindicato de Costureras 19 de
septiembre. La guerrerense fumaba puro y bebía caballitos de mezcal y de
tequila: “¡Ahora sí, canta mi corrido!”, exclamó. Desenfundé la guitarra e hice
lo que me pedía. A mitad del corrido, Benita se incorporó y apoyada en su
bastón, se dirigió a la mesa donde se encontraba Valentín Campa, acompañado de
un par de viejos comunistas. Una vez cumplido su cometido, volvió a la mesa solicitando
a doña Carmelita otro caballito de tequila. Una vez que lo degustó, dijo: “Le
confesé a Valentín Campa que él era mi maestro, que por él soy comunista”.
Una vez de acariciar a sus niñitos, se puso de pie,
ordenando: “¡Vamos a entrar al museo, para que veas cómo está quedando!”.
Benita se agachó para evitar la cinta de seguridad, pues un día antes lo habían
fumigado. “¡Ven! Me ordenó. Transgredí la cinta. Ya adentro recorrimos el
museo. Cuando alcanzamos la sala donde se exhibían la mesa, la máquina de
escribir y el traje de Mario Gil, la de las trenzas se puso nostálgica y
recordó en voz alta escenas con su esposo: “Mario era un gran hombre, nunca me
celó y cuando yo le decía: ¡Mira papito, qué hombre tan guapo está ahí! Este me
respondía: ‘Pues vaya y dígaselo’. Pero yo solo jugaba”.
Una vez que recorrimos el museo, regresamos a la
recámara. Benita se notaba extenuada y decidí dejarla descansar. “Bueno Benita,
te dejó. Pero el fin de semana vendré a verte. Ya le dije a tu vecina que, si
vuelves negarte a comer, me avise para venir inmediatamente”. Benita me
prometió comer todo lo que le diera su vecina.
Antes de regresar a la casa blanca de Zutano, recibí
una llamada de Benita Galeana:
- ¡Hola Benita! ¿Cómo estás?
- Hablo para despedirme de ti.
- ¿Por qué Benita? ¿Pues a dónde vas?
- Ya me voy.
- ¿A dónde?
- Ya me voy… Me van a ingresar al hospital.
- ¿Pero puedo visitarte?
- No creo. Las visitas son solo para familiares.
Bueno, cuídate y que todo te vaya bien.
Al tercer día, el 17 de abril de 1995, Alfonso
Zurita se comunicó conmigo para anunciar su fallecimiento. Benita Galeana fue
velada en la sala del museo, ataviada con su huipil rojo, ¡Y por supuesto!
Acompañada de sus aretes plateados con la efigie de Lenin, como toda una
comunista.
Este es el corrido que escribí para ella:
CUANDO BENITA FUE AL CIELO
¡Cierren las puertas
del cielo!
Gritó San Pedro
asustado
¡Que hay viene Benita
Galeana,
la mujer más roja del
pueblo!
Los ángeles puertas
cerraron
poniendo llave y
candado,
creyendo que eso a
Benita
detendría ¡puro
carajo!
Benita franqueó la
entrada,
gritando a todo
pulmón:
¡Jesús respeta mis
bragas,
quiero ir a la
convención!
¡Jesús no te hagas el
sordo,
vivita quiero yo
estar,
El pueblo siempre ha
ganado,
un sol es la
libertad!
Jesús llamó a San
Pedro
e irritado le
preguntó:
¿Quién es la mujer
que clama?
¡San Pedro tráela pa’
acá!
San Pedro fue por
Benita
Y al cielo la dejó
entrar,
y ya junto al
nazareno
Galeana habló sin
chistar.
¡Jesús no seas canijo
que yo aún quiero
vivir,
pa’ ver liberado a mi
pueblo
del yugo del pinche
PRI!
Jesús le dijo a Benita:
¡Tu deseo voy a
cumplir,
pues sé que toda tu
vida
la injusticia es
combatir!
Ni Dios ni diablo han
podido
con esta linda mujer,
por eso en este
corrido
le ofrendo yo mi
querer.
“El
hombre que disperso la danza” se encontraba sentado en medio del presidente
municipal y del escultor Sebastián. El cabildo en pleno estaba reunido para
brindarle un homenaje por sus cien años de vida y por su trayectoria literaria.
Cargar cien años encima no es nada fácil, se vuelve uno tortuga y un tanto
despacito y bajito de palabra, como le sucedió al autor de “Retrato de mi
madre”.
No
recuerdo el nombre del regidor panista al que se le asignó darle la bienvenida
y otorgarle unas palabras. Las que agradeció el maestro con sencillez y
agradecido del homenaje que se le hacía. Luego tocó hablar a Sebastián. Algunas
lisonjerías al maestro y nada más. Terminando el acto oficial pasamos a la
terraza de Palacio Municipal, donde se habían levantado carpas para cubrir las
viandas oaxaqueñas que chefs habían preparado
Comentarios
Publicar un comentario